Inicialmente el subdiácono Baltazar Delgado Urnieta, primer sacerdote que tuvo aquella parroquia, atendió a su feligresía en el poblado "La Ranchería", zona particularmente minera. La población fue creciendo tanto, que el sacerdote tuvo que abrir varias capillitas en los centros poblados que se organizaban cerca a las minas, hasta que optó por construir una capilla grande en la plaza que quedaba en la parte alta de la población, a pocos kilómetros de "La Ranchería", en donde habitaba la gente acomodada, por lo general propietarios de las minas en donde trabajaban los esclavos y los indios. Aunque no se sabe con exactitud cuándo fue que el sacerdote ordenó la construcción del templo, se calcula que fue entre 1660 y 1701 período de su curato que finalizó con su muerte. El sacerdote se había tomado su tiempo para realizar el traslado debido a que en aquella zona, actual plaza en donde hoy es el atrio y la casa cural servía de "muladar", o cementerio de negros esclavos, indios y suicidas, es decir, de aquellas personas que se consideraba no tenían alma, o que la habían perdido; un sitio no santo. Según se cuenta hoy en día, los muertos de aquel cementerio nunca fueron trasladados, sino que sobre él se construyó la plaza y la capilla. Aún en la década del sesenta del siglo XX, cuando se remodeló el atrio de la ya Catedral y la casa cural en el terreno vecino, se encontraron restos humanos.